El precio del poder

El precio del poder

por Fernando García Revuelta

La dignidad del pueblo español volvió a ser pisoteada, como ya es frecuente, el pasado 11 de noviembre, por el gobierno frente-popular de Sánchez e Iglesias, al celebrar el apoyo de EH Bildu para llevar acabo los nuevos Presupuestos Generales del Estado, unos que, por cierto, acarrean el mayor gasto público de la historia, con un 33% más que el año pasado y una subida general de impuestos.

El antiguo miembro de la banda terrorista ETA y actual coordinador general del partido, Arnaldo Otegui, confirmaba el voto a favor, de sus cinco diputados en el Congreso. Acto seguido, el vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, festejaba “la disponibilidad de Bildu” y su “responsabilidad y compromiso para avanzar con políticas de izquierdas”, siendo estas unas declaraciones que lo integrarán “en la dirección del Estado”. La respuesta de Iglesias no solo es alarmante por su íntima estrechez con el partido vasco, sino por sus intenciones totalmente sectarias. Un vicepresidente, de todos los españoles, cuyo fin es realizar una política exclusiva para su sector ideológico de izquierdas. 

No son pocos los dirigentes del gobierno que han manifestado su gratitud a la izquierda abertzale.
Así, el ministro de Transporte, José Luis Ábalos, cargó contra parte de la oposición al defender que “Bildu ha tenido más sentido de responsabilidad que el PP con los presupuestos”. Con ello parece ser que Bildu ha reconsiderado sus sentimientos hacia España y trabaja seriamente para reconducir el desastroso panorama económico que la asola.

También se asoma, por la misma línea, la vicepresidenta primera, Carmen Calvo, asegurando que los abertzales “han respondido a una llamada de coordinación y unidad que necesita nuestro país”, mientras que arremete contra los detractores sosteniendo que “todos los argumentos (en contra) que circulan en torno a este debate, por parte de las derechas, son argumentos trileros”. Es igualmente curioso que el artífice de la “Memoria Democrática” haya olvidado los actos tan cruentos que defienden sus nuevos socios de gobierno, un hecho más que demuestra la “memoria selectiva” o, más bien, la “desmemoria” que caracteriza a su ministerio. A la responsabilidad de Bildu, según Iglesias y Ábalos, se suma, ahora, su deseo por la unidad de España.

No es de extrañar que con tanta galantería por parte del gobierno acabe sonrojándose algún que otro miembro de los partidos residuales de ETA, como es el caso de Arkaitz Rodríguez, heredero de la antigua Batasuna y actual secretario general del partido nacionalista Sortu, quien, repleto de responsabilidad y sentido de Estado en sus intenciones, acudió al parlamento madrileño declarando: “nosotros vamos a Madrid a tumbar, definitivamente, al régimen”, según él, “en beneficio de las mayorías y de los pueblos”. Tal lección democrática es impartida por alguien que ha sido detenido en varias ocasiones y que esconde tras de sí diez años de cárcel por pertenencia a la banda terrorista ETA, y habiendo sido condenado junto a Otegui.

Por el contrario, y lamentablemente, son escasos aquellos dirigentes socialistas que no aceptan este acercamiento con Bildu, aunque de manera tímida para el calibre de dicha infamia. Es el caso de García-Page, secretario general del partido en Castilla-La Mancha, sosteniendo únicamente que “no es un plato de buen gusto”. Y, para colmo de males, otros, como Fernández Vara, han tenido que rectificar ante la imponente cúpula del PSOE y su toque de atención hacia los detractores interinos. 

Menos mal que la “democracia debe ser generosa, inclusiva y coherente”, tal y como defendía José Luis Rodríguez Zapatero, el pasado 16 de noviembre, en su última aparición.  

Llegados a este punto, no cabe duda de que, en las palabras de los ministros “inclusivos” están presentes las más de 7.000 víctimas de Eta, 864 de ellas mortales, y una docena de líderes socialistas como Fernando Múgica, Enrique Casas, Francisco Tomás y Valiente o Fernando Buesa, que fueron asesinados, precisamente, por su lucha contra aquellos que hoy van a tomar parte en las decisiones del gobierno de España. 

En la penumbra quedan, abandonadas por un gobierno que aparta la mirada y olvida hasta a los que una vez fueron sus compañeros, con tal de preservar el escaño. Carmen Calvo ya parecía tenerlo muy claro a mediados de septiembre, pues “lo primero es el contenido” y después “el con quién”.

Nuevamente, en esta maquiavélica legislatura, el fin justifica los medios, pero ¿a qué precio?

Seguido a la declaración de Bildu se anunció el primer presente del gobierno en boca del ministro Marlaska. El que antes fuera juez en la Audiencia Nacional en su lucha contra la banda terrorista ahora impulsa la salida del módulo de aislamiento de cinco etarras, entre los que se encuentra Francisco Javier Gaztelo, “Txapote”, asesino de Miguel Ángel Blanco en 1997. Ello sumado a los continuos traslados de los presos a las cárceles próximas al País Vasco o situadas dentro de ella, justificando, el ministro del Interior, que “las condiciones de vida fuera de esos módulos son mejores”; en efecto, seguramente acaben siendo hasta mejores que las de las víctimas y familiares de los asesinados por dichos presos. En poco más de dos años, desde la toma de poder de Sánchez, se han acercado a 103 etarras, más de la mitad de los 197 que todavía cumplen condena. 

Un intercambio de favores al que debemos añadir la esperpéntica “Ley Celáa”, en la que, entre otras muchas barbaries, el castellano ya no se considera la lengua oficial del Estado ni vehicular en la enseñanza. Una medida impensable hasta el momento, que además de violar descaradamente el art.3 de la Constitución Española, donde se establece que “el castellano es la lengua española oficial del Estado” y que “todos los españoles tienen el deber de conocer y el derecho a usar”, viene a conceder la demanda de la izquierda separatista catalana (ERC) y a contentar, indudablemente, al nacionalismo vasco y los residuos de un horrendo y oscuro pasado, hoy transformado en partido político.

Así, el gobierno recibe calurosamente a quienes sembraron el terror en España desde los años 70 hasta su disolución en 2011, mismo año de la fundación de Bildu, que releva, en el ámbito político, la macabra ideología del grupo terrorista ETA y se presenta como la sucesión “legalizada” de Batasuna; liderada, también, antiguamente por Arnaldo Otegui.

Y, si bien es cierto que la actividad terrorista cesó hace nueve años, no lo han hecho el miedo ni la tensión social que aún se vive en zonas del País Vasco, alentados por grupos políticos como Bildu o Sortu, que ahora cuentan con el beneplácito del propio gobierno de España y el silencio de Sánchez. Un silencio que, por otro lado, deben mantener muchos españoles orgullosos de su identidad, lengua y cultura si no quieren sufrir las duras consecuencias por parte de radicales nacionalistas. Más aún, ni las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, como se demostró en Alsasua, quedan libres del odio y la violencia de los protegidos abertzales.

Pero lo verdaderamente desesperanzador es la actitud pasiva de la sociedad ante el descaro de este gobierno, que ya ha abandonado cualquier esfuerzo por ocultar o decorar sus escándalos e intenciones. Y no es de extrañar que esto suceda, pues esta legislatura se mantiene patrocinada por gran parte de los medios de comunicación, abarcando la esfera pública y privada. 

De este modo, el régimen socialista-comunista se presenta como el gobierno de la “integración”, en todo caso, por integrar a aquellos movimientos cuyo principal objetivo es el de fragmentar España. Claman “generosidad” y “unidad”, pero, califican toda oposición como “las derechas trileras”; y, al mismo tiempo, censuran unas críticas internas que mostraban un atisbo de dignidad. Sin duda, se trata del gobierno de la “memoria”, cuanto menos democrática, que por un lado desentierra medio siglo de historia, y por otro, olvida y blanquea el horror más reciente. Es, por tanto, y como bien destaca Pablo Iglesias, un gobierno comprometido en el avance “de las políticas de izquierdas”, siendo ya, prácticamente imperceptible, una política de Estado. 
“Por un pacto, un mundo; por un escaño, un cielo; por el poder… yo no sé qué te diera por el poder”. A buen entendedor...

Noviembre de 2020.

Compartir

Share by: