Pablo Isla, antídoto contra la vagancia

Pablo Isla, antídoto contra la vagancia

por C.S. Fitzbottom

Hace unas semanas más de veinte Premios Nobel y algunas de las mentes más claras de España –Antonio Garrigues entre ellos- se reunieron en Valencia, en torno a los Premios Jaime I, y compartieron enjundiosas reflexiones. 
Como portavoz del grupo, Santiago Grisolía pronunció un diagnóstico terrible de los orígenes de la crisis: por todo el cuerpo social, como si se tratase de una infección maligna, se había introducido el corruptor germen de la vagancia. La contundencia y el valor de la afirmación no puede dejar a nadie indiferente. Vagancia.

Reclamar “que nos den” en vez de “que nos dejen ganar” es una manifestación evidente de hasta qué punto el mal ha podido calar entre las capas más jóvenes de la población, precisamente aquellas que con más ahínco deberían desear una oportunidad para trabajar, esforzarse y en sana competición demostrar su valía. Exigir, incluso violentamente, supuestos “derechos” sobre los bienes de los demás, cuando aún no se ha aportado nada a la comunidad, y se lleva más de veinte años viviendo de ella y, al menos teóricamente, recibiendo la formación que ésta regala, es otra manifestación más del vulgar descaro de esa vagancia sacralizada que el profesor Grisolía tan atinadamente denunciaba.

El pasado Marzo, a mi vuelta a España, revisé algunos recortes de periódico que trataban sobre Pablo Isla, recién nombrado presidente de Inditex, la primera empresa española por capitalización bursátil desde hace varias semanas. Todos insistían en lo mismo: su sueldo. Cuando se trata de los sueldos ajenos, sobre todo si son altos, el cáncer de la envidia hispana campa por sus fueros sin ningún reparo, incluidos el respeto a la verdad. Por ejemplo, un periódico hablaba de “sueldo” de 20 millones de euros, lo cual no es cierto. El señor Isla cobra menos de 4 millones de euros al año, entre fijo y salario variable –que puede no cobrar si no cumple con sus objetivos-. Este año ha cobrado una cantidad de acciones de su empresa –no dinero en efectivo- con motivo de convertirse en presidente. Se trata de acciones valoradas en unos 15 millones de euros, que cualquier buen entendedor comprende que estarán asociadas a un periodo de permanencia mínima en el puesto.

Otro medio de comunicación decía que “un español con el sueldo más común (15.500 euros) tendría que trabajar desde hoy hasta el año 3.321 para alcanzar el salario anual de Isla”. Aquí la demagogia cruza la frontera de lo irritante.

No conozco personalmente a Pablo Isla, aunque algún amigo mío ha tenido la suerte de trabajar muy cerca de él. Sé, por ejemplo, que aprobó con el número uno la promoción a abogado del Estado, con apenas unos meses de preparación. Que con treinta y dos años era director general de Patrimonio del Estado, con treinta y seis presidente de Altadis, con cuarenta consejero delegado de Inditex. Sé que llega a su oficina antes que la mayoría del personal y que se suele marchar después de las nueve de la noche. Que esas doce horas –comidas incluidas- están llenas de reuniones complejas, negociaciones tensas, análisis profundos y decisiones difíciles. Y sé, como puede comprobar cualquiera que mire las cotizaciones históricas, que cuando él llegó a Inditex la acción cotizaba en torno a 25 euros y que siete años después cotiza a 75. Creo que ese trabajador común, aunque estuviese trabajando hasta el año 3.321, sería incapaz de conseguir lo que Pablo Isla logra en unos pocos meses. Como tampoco ese español común, aunque estuviese esos mismos milenios entrenando, no conseguiría jugar al futbol como Cristiano Ronaldo.

Pero, ¿por qué se discute, escandaliza, juzga con reserva y condena la remuneración de Pablo Isla y no la de los astros del futbol?
Existe dentro de la gran corporación un personaje que ya denunció Galbraith: el alto directivo de la gran sociedad anónima en la que ningún accionista ejerce el control y donde sus primeros ejecutivos se abrogan unos sueldos absurdos y desalineados con los intereses de su empresa y de sus accionistas, a los que deberían servir.

Pero Pablo Isla trabaja para una empresa cuyo 60% es propiedad de un señor. Si ese señor decide pagar a su primer ejecutivo 20 millones de euros, 12 los está poniendo de su bolsillo. y no podemos decir que el señor Ortega suela decidir tonterías. En todo caso, libre sería de hacerlo con su dinero. Pero si el hombre más rico de España –riqueza creada por su genio- decide retener a su valioso astro de la empresa, ahí tenemos que sólo en la semana de presentación de los últimos resultados de Inditex su patrimonio creció en 3.800 millones de euros, aupándolo al primer puesto de Europa y al cuarto del mundo en riqueza personal. Parece que no es tan mala la decisión de remunerar bien al señor Isla para aquellos que han de pagarle: los accionistas de su empresa, con el 60% al frente.

Pablo Isla es un modelo para la juventud española. Si nuestros jóvenes quieren ganar 4 ó 20 millones de euros al año, que se capaciten para dirigir empresas al menos de forma parecida a como lo hace Pablo Isla. Su ejemplo es acaso el mejor antídoto contra la vagancia. Ojalá los educadores todos –padres, profesores y medios de comunicación- tomaran buena nota de que también es ese el remedio contra la crisis, especialmente moral, que nos atenaza.


Junio de 2012.

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