Calidad de la enseñanza

La calidad en la enseñanza ¿Una enseñanza de calidad?

por Guillermo de Jesús

La palabra crisis forma parte de nuestro vocabulario habitual desde hace varios años, pero normalmente la ubicamos en el ámbito económico. Vamos a tratar aquí de apartarnos un poco de esa línea afirmando lo siguiente: la educación en España está en crisis.

La afirmación anterior no es una mera opinión. Basta con mirar el conocido informe PISA para darnos cuenta de que, en todos los aspectos analizados (comprensión lectora, competencia matemática y competencia científica) España está por debajo de la media de la OCDE, en un puesto muy alejado del que correspondería a un país de su nivel de desarrollo.

Son muchas las causas que influyen en este hecho, pudiendo citar, sin ánimo de ser exhaustivos, algunas de ellas: la falta de autoridad del profesor en las aulas, la falta de apoyo de algunos padres a los profesores y su complicidad con sus hijos, los valores que se transmiten desde los medios de comunicación (que fomentan todo menos el esfuerzo), el acceso por parte de los alumnos a múltiples elementos de ocio (móvil, internet, redes sociales, videojuegos, etc…), la legislación educativa (que no favorece el esfuerzo y que se subdivide en multitud de legislaciones autonómicas, algunas de ellas con el problema adicional que representan los sistemas de inmersión lingüística), etc…

Pero no vamos aquí a adentrarnos en el análisis de los mismos, sino en el problema generado por el intento de solución de algunos de ellos.
Desde diversas instancias se ha creído que todo lo anterior se puede solucionar con burocracia. Por eso, la legislación educativa ha ido pidiendo cada vez una cantidad mayor de documentación para el seguimiento del proceso educativo (programaciones cada vez más elaboradas, fichas de seguimiento de los alumnos, actas, memorias, etc…), estimulando la implantación de Sistemas de Calidad en los centros de enseñanza.

La Calidad comenzó a implantarse hace muchísimos años en empresas de tipo industrial, donde la búsqueda de la plena satisfacción del cliente que el sistema propugna, llevaba a la depuración de las deficiencias existentes en los procesos fabriles y a su mejora constante.

Como ocurre muchas veces con este tipo de avances, el éxito inicial conseguido en algunas empresas fomentó la complicación del sistema y su extensión a otros sectores económicos, donde las mejoras ya no fueron tan patentes.

En España siempre vamos con retraso, y en el sector educativo más aún. Por eso, cuando muchas empresas están limitando al máximo (o incluso eliminando) sus sistemas de calidad, en España se ha tomado esta bandera como la solución mágica a todos los problemas existentes.
Lo peor es que algunos centros privados y concertados, creyendo que con ello iban a estar a la cabeza de la modernidad, han profundizado todavía más de lo que la ley les exige, creando sistemas tremendamente complejos.

El resultado es que hoy nos encontramos ante la paradoja de que lo que se ha establecido como un intento de solución, se ha convertido en un elemento más del problema.

La razón es muy sencilla. A los profesores se les obliga a rellenar documentos por cada actividad que hacen, documentos que no le aportan nada al alumno pero que le quitan tiempo al docente para desarrollar adecuadamente su trabajo.

Por poner un ejemplo, se llega al absurdo de tener que programar desde el principio de curso lo que se va a hacer en cada hora de clase, especificando todas las actividades que se realizarán y la duración de cada una. Quien haya entrado alguna vez en una clase sabe perfectamente que ésta es un “organismo vivo” y que lo que en una clase se tarda 10 minutos en hacer, en otra se tarda 30, sin contar con los imprevistos que van surgiendo siempre y que rompen todas las programaciones. Por lo tanto, es necesario hacer una planificación, pero sólo a grandes líneas.

Luego están las fichas de evaluación de las actividades que se realizan, las memorias, las actas, las fichas de seguimiento de los alumnos con necesidades educativas especiales (ya sea porque efectivamente las tengan o simplemente porque suspendan por no haber estudiado), las adaptaciones curriculares para los mismos, etc…

Como se ve, un profesor se puede pasar su jornada laboral rellenando papeles. Y la pregunta es ¿se mejora con eso la calidad de la enseñanza? Desde mi punto de vista la respuesta es claramente que no. Es más, se consigue que la calidad disminuya ¿Por qué? Muy sencillo. Porque la auténtica calidad se basa en tres pilares:

1. Tener tiempo para preparar las clases con dignidad.
2. Tener tiempo para corregir los exámenes con justicia.
3. Tener tiempo para tratar a los alumnos con afecto y cercanía.

Habrá quien improvise las clases, pero una buena clase requiere tiempo para prepararla: tener claro lo que vas a decir y cómo, actualizar los contenidos, buscar materiales atractivos, etc…

Habrá quien corrija un examen en un momento, pero para corregirlo bien hay que ponderar cómo se va a valorar cada parte del mismo, leer con atención las respuestas de cada alumno, volver atrás para comparar con lo que dijo un alumno 23 exámenes antes, etc…

Habrá quien entre en clase y “pase” de los alumnos, pero para que ellos se sientan implicados en el proceso educativo es necesario prestarles atención, dentro y fuera de clase. Que ellos se sientan queridos o, por lo menos, valorados.

Pues bien, quien se pasa el día rellenando papeles no puede hacer lo anterior, por lo que el fracaso es sólo cuestión de tiempo.

Concluyo diciendo que la enseñanza no son papeles. Es una transmisión de valores, de conocimientos y de capacidades para que el alumno se pueda desenvolver en el futuro como una persona madura y libre. Todo ello requiere tiempo. Dejémosle a los buenos profesionales que se concentren en esa difícil tarea.

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