La libertad religiosa

Libertad religiosa

por Basilio J. Aguirre Fernández

El día doce de septiembre de dos mil uno, justo después del mayor ataque contra la libertad y la democracia desde el ascenso al poder del comunismo y del nazismo en la primera mitad del siglo XX, el diario El País, referente intelectual de la izquierda española, nos ofreció este titular: “El mundo en vilo a la espera de las represalias de Bush”. Es difícil encontrar un mejor ejemplo de ruindad y vileza. Miles de personas asesinadas pasaban a un segundo plano, porque lo que interesaba a nuestros progres era seguir cociéndose en su visceral y sectario antiamericanismo.
 
Y como el tiempo pasa, pero los complejos y las obsesiones permanecen, de nuevo encontramos en este mismo periódico otro caso de tergiversación interesada de la realidad. Toda la cobertura informativa que ha realizado de la celebración de las Jornadas Mundiales de la Juventud, constituye una muestra perfecta de la obsesión anticatólica que anida en nuestra izquierda reinante. La verdad es que el Gobierno había preparado concienzudamente el caldo de cultivo necesario para que los medios afines tratasen de presentar una sociedad dividida y enfrentada por cuestiones religiosas. Para ello ha venido dando calor -y suponemos que subvenciones- a grupúsculos de la más rancia izquierda anticlerical. Como remate final autorizó una manifestación de protesta por la visita del Papa, y por los supuestos gastos que el Estado debía asumir en la organización de las JMJ. Obviamente estos autodenominados racionalistas y opuestos a una religión que consideran el paradigma del inmovilismo, acabaron su marcha insultando, acosando y agrediendo a indefensos grupos de jóvenes peregrinos que paseaban tranquilamente por la Puerta del Sol, y que tuvieron que huir o refugiarse en los comercios de la zona.
 
Pues bien, el editorial del diario El País del pasado día dieciocho de agosto, a propósito de esto hechos, contiene frases memorables. Primero nos describe lo sucedido como momentos de tensión entre los manifestantes y los peregrinos. Por tanto, empezamos colocando a acosadores y acosados en situación de igualdad. Luego, olvidando quiénes fueron realmente los agitadores y agresores, nos dice que son las autoridades y los organizadores de las JMJ los que deben velar por el normal desarrollo de la visita papal. ¡Cómo nos recuerda esta jerga a la que emplean los medios proetarras cuando describen la violencia callejera! Pero lo mejor lo deja para el último párrafo. Sin el más mínimo rubor lanza una advertencia que se parece mucho a una amenaza. Afirma el editorialista que mientras los mensajes de la jerarquía católica se concentren en asuntos de fe, no existen razones para pronunciarse sobre ellos. Y por si no ha quedado claro, recalca: lo que la jerarquía eclesiástica no debería perder de vista es que el clericalismo y el anticlericalismo son dos criaturas que se retroalimentan, y siempre en perjuicio de unos ciudadanos o de otros.

La falta de respeto a la libertad religiosa es uno de los principales síntomas del deterioro del concepto mismo de libertad. Todos los sistemas liberticidas que hemos conocido en los últimos ciento cincuenta años han demostrado especial inquina en la persecución religiosa. Es lógico, porque la primera manifestación de un individuo libre es el intento de buscar la verdad sobre su propia existencia y la del mundo que le rodea. Naturalmente, las conclusiones que cada persona va extrayendo de esa indagación trascendente han de estar presentes en sus decisiones políticas. Pedir a un creyente que guarde sus convicciones religiosas en su estricta intimidad y que se abstenga de tenerlas en cuenta al enjuiciar el mundo político, es algo tan absurdo que sólo cabe interpretarlo como una llamada de atención o como una amenaza. En la esencia de la libertad religiosa está el poder expresar públicamente el juicio moral que, desde esa perspectiva de fe, nos merece cada decisión del poder político. 

España es un estado no confesional, pero no una nación ajena al hecho religioso. Ni mucho menos. La mayoría de la población se califica como católica, y nuestra historia no se entendería sin la influencia del cristianismo. Yo comprendo la fortísima reacción alérgica que el Papa produce al pensamiento único que impera en buena parte de nuestros medios de comunicación, hasta el punto de desdibujar los hechos y ocultar la realidad de lo sucedido. Por eso pienso que los españoles que creemos en la libertad, con independencia de nuestras creencias religiosas, debemos reaccionar con firmeza frente a este ataque al derecho que cada persona tiene de examinar, valorar y enjuiciar públicamente las decisiones políticas y las tendencias sociológicas desde la perspectiva de su fe y su credo religioso. Si consiguen impedir que los creyentes se manifiesten sobre lo que se publica en el Boletín Oficial del Estado, habremos dado un paso más hacia el abismo del nuevo totalitarismo de lo políticamente correcto.

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