El efecto del enemigo común

El efecto del enemigo común

por Javier Martínez Rueda

En 1954, el matrimonio Sherif (Muzafer y Carolyn), publicó un famoso estudio de psicología titulado “El experimento de la cueva de los ladrones” (The Robber's Cave Experiment), en el que estudiaron el origen del prejuicio en los distintos grupos sociales. 

El experimento en cuestión consistió en trasladar, por separado, a dos grupos de 11 jóvenes de 11 años de edad y con similares experiencias vitales (un total de 22 chavales) a un bosque aislado y ubicarlos en dos áreas bastante lejanas entre sí. Como ninguno de los grupos sabía de la existencia del otro, durante los primeros días, la presencia de los “otros” fue completamente ignorada. 

Tras esta primera fase, de formación e identificación de los grupos de forma aislada, los investigadores revelaron la existencia del otro grupo, proponiéndoles actividades competenciales que producían fricción entre ambos equipos. Ninguno de los muchachos se conocía antes del experimento, pero muy pronto se observó una gran hostilidad entre los dos grupos, que creció, de forma exponencial e irracional, hasta tal punto que los investigadores tuvieron que suspender estas “actividades de producción de fricción” por cuestiones de seguridad. Casi se matan entre ellos.
La segunda fase concluyó antes de lo previsto, por lo temprano de su éxito, e iniciaron la tercera y última fase: disminuir la hostilidad creada y promover la unidad. En esta, los investigadores, idearon e introdujeron tareas de cooperación entre ambos grupos, que llamaron “metas super-ordenadas”, formadas por deseos, desafíos, problemas, o incluso algún peligro, que necesitaran resolver ambas partes enfrascadas en conflicto social, y que no pudieran ser resueltas por ninguno de los dos grupos por sí solos. Estas “metas super-ordenadas” incluían un problema de escasez de agua, un tractor atascado que necesitaba de mucha fuerza para ser devuelto al carril o hallar una película de cine y proyectarla, entre otras muchas. Éstas y otras colaboraciones necesarias implicaron una drástica disminución del comportamiento hostil; los grupos se entrelazaron hasta el punto que al final del experimento los muchachos insistieron en volver a casa todos juntos, en el mismo autobús.

Sin ser sociólogo ni psicólogo, ni pretenderlo, me atrevo a dar dos pinceladas sobre las conclusiones que debiéramos extraer del relato de este famoso experimento.

La primera, más esperanzadora, la capacidad humana de conceptuar y discutir objetivos (“las metas super-ordenadas”), de suspender hostilidades, y de trabajar en equipo. Un ejemplo de lo anterior se observa cuando se producen desastres naturales o artificiales, donde las personas, de cualquier condición social y económica, ponen en práctica su solidaridad y contribuyen organizadamente a solucionar o mitigar los problemas generados.

La segunda, muy inquietante, es la facilidad con la que puede conformarse hostilidad entre distintos grupos. Peor aún. Cuando un objetivo común se organiza alrededor de la posibilidad de un ataque inminente, se genera el denominado “efecto del enemigo común” (common enemy effect) que, por desgracia, ha tenido y sigue teniendo una gran efectividad en el subconsciente colectivo, por su practicidad como herramienta de motivación para apoyar, entre otras, las más variopintas causas políticas. 

El mecanismo es aberrantemente sencillo, de muy bajo costo, desvía atenciones y contribuye, considerablemente, a fortalecer y ampliar la imagen y base política del instigador que, “casualmente”, se convierte en el principal receptor de los beneficios derivados de la agitación social. “A río revuelto ganancia de pescadores”, dicen. El iluminado en cuestión se “inventa" un enemigo común, una amenaza, con la finalidad de llevar temas a la agenda pública y movilizar a los ciudadanos bajo una causa, su causa. Es el primer paso para alcanzar su objetivo estratégico. Los medios de comunicación, la mayoría de veces bajo su control, se encargan de difundir la mentira y el miedo, tan ampliamente y con tal repetición, que la mayoría de ciudadanos se convencen de que la eventual amenaza o enemigo son verdaderos y, más aún, el culpable de todos sus males.

Por tanto, desconfiemos de las estrategias políticas de “producción de fricciones” donde el culpable de todos los males se nos presenta como “el enemigo común”. No nos dejemos manipular tan burdamente. Rechacemos sus mantras, claramente identificables porque siempre tienen el mismo patrón del “anti-lo que sea”, y quedémonos con la primera de las posibilidades: trabajar por algo tan grande y ambicioso que produzca un deseo de alcanzarlo en todos nosotros, pero que sólo dando lo mejor de nosotros mismos, en unión con los otros miembros de nuestra comunidad, podamos lograrlo. Y qué mejores “metas super-ordenadas” hay que la justicia y la libertad. Sólo los que nos intentan manipular, con “producción de fricciones” y “falsos adversarios”, son nuestros verdaderos enemigos comunes. “El que apunta con el dedo, recuerde, que otros tres dedos le apuntan a él”.


Septiembre de 2012.

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