Poder decidir. Ese tren ya pasó

Poder decidir: ¡Ese tren ya pasó!

por Javier Martínez Rueda

Estos días salta a la palestra del debate la limitación constitucional sobre nuestra capacidad de endeudarnos. Todo el mundo, hables con quien hables, parece tener una opinión al respecto, favorable o desfavorable, que si Referéndum sí o no, que sí al fondo pero no a la forma, que si mi abuelo fuera mi abuela... Pero el asunto es que eso ya da igual. Ya no importa la opinión, razonamientos o deseos de los unos o de los otros porque el tema es que hemos perdido la capacidad de decidir. Ese tren ya pasó.

El Gobierno Español, y también nosotros, los ciudadanos (¿quién los votó hace unos pocos años a sabiendas que estaban negando lo innegable?, ¿quién se ha endeudado por cincuenta años para comprarse la casa, el coche guapo y el piso en la playa?), por sus locuras y nuestras vanidades, ahora nos toca, sin más opción, rendirnos a la cruda realidad: que no tenemos dinero para tanta historia, que se acabó lo de vivir por encima de nuestras posibilidades y que nuestra única opción de salir vivos de ésta, y gracias, es ponernos en manos de la vieja Europa, cediéndole soberanía. Pero a ésta, que no le ha quedado más remedio, por cobardía política y para asegurar la estabilidad de la zona euro, que comerse el marrón y comprar nuestra deuda (es decir, nuestros desvaríos), no es una hermanita de la caridad y exige condiciones para no tener que hacerlo más a futuro, pues de otra forma el modelo sería insostenible. Lo cual es tremendamente lógico y sujeto a la razón más aplastante, más aún cuando estos pagos, como se ha venido demostrando, si no se limitan y estabulan pueden crecer exponencialmente hasta el infinito. Se ha pasado, momentáneamente, la pelota a otro tejado, pero eso no significa que no siga siendo nuestra pelota. El receptor la sostendrá por un tiempo, pero como además de no ser suya le supone un lastre para preparase para la temporada de lluvias, más pronto que tarde la querrá devolver, cobrará alquiler por la estancia y obligará a poner un muro propio para que no se la enviemos más. Y en esas estamos y estaremos.

Las leyes están hechas para los malos. Nos guste o no, nuestros actuales gobernantes, responsables de no limitar los gastos del Estado, y nosotros por haberles seguido el juego, no somos fiables y, por lo tanto,… los malos, a los que hay que imponerles normas para que cesen en sus desmanes, no otros. De esta forma, nuestros acreedores europeos e internacionales (públicos y privados), sabedores de que la amortización de nuestra deuda va para largo quieren garantías potentes, no sujetas al desvarío político local. Utilizando un símil bancario, ya no es suficiente con un aval personal (a lo mejor hubiera servido la aplicación efectiva de la Ley de Estabilidad Presupuestaria, pero como se la cargaron para poder dar barra libre a las Comunidades Autónomas), sino que hay que poner encima de la mesa propiedades, y la de mayor valía, para un Estado, es su soberanía, su capacidad de decidir sobre los asuntos con su propia idiosincrasia. Perderla es la penitencia por nuestros pecados. Sólo queda apretar los dientes, concienciarnos y prepararnos para unos cuantos años de vacas muy flacas, esforzarnos, priorizar gastos, ser austeros, casi espartanos, trabajar y ahorrar para pagar las deudas contraídas; sólo así podremos recuperar nuestra capacidad de decidir como nación. Mientras tanto, esto es lo que hay.


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