La gran mascarada del movimiento de los indignados

La gran mascarada del movimiento de los indignados

por Basilio J. Aguirre Fernández

En el año 2.000 publicó Jean-François Revel un magnífico ensayo titulado La gran mascarada. Con la brillantez que acostumbraba, Revel describía el proceso seguido por la izquierda durante la década posterior al hundimiento de la Unión Soviética. En lugar de hacer una reflexión crítica sobre los crímenes y atrocidades cometidos a lo largo del siglo veinte en nombre de la utopía comunista, o de reconocer el estrepitoso fracaso de un sistema económico intervencionista y colectivista, los representantes políticos e intelectuales de la izquierda en toda Europa, llegaron a la increíble conclusión de que lo que había quedado desacreditado de manera definitiva con el fin del siglo era, precisamente, el liberalismo y el capitalismo. 

Es cierto que la habilidad más notable de nuestra izquierda, es la de ignorar de manera absoluta la realidad a la hora de hacer cualquier análisis político. En España lo estamos viendo de forma nítida desde hace aproximadamente un mes, con el denominado movimiento del 15 M, o de los indignados. Superados los primeros días de concentraciones callejeras, en los que se utilizó como excusa y engañifla la apelación a ideales de limpieza y transparencia en la vida pública, nuestros indignados muestran ya sin ambages sus verdaderos planteamientos políticos y económicos. Los lemas, propuestas y proclamas que abanderan quienes ocupan y estercolan ilegalmente la Puerta del Sol, reproducen, con la fidelidad de los copistas medievales, los viejos y caducos programas socialistas y comunistas que tanta miseria han traído al mundo. Piden intervencionismo a raudales, negándose a reconocer que la crisis que sufrimos tiene su principal origen en el desmadrado gasto público de todas las administraciones, en la eclosión incontrolada del urbanismo, que depende de la decisión política de ayuntamientos y autonomías, y en las turbulencias de un sistema financiero hipercontrolado por los bancos centrales de cada país, y azuzado por la política monetaria de la Reserva Federal y del Banco Central Europeo. O demandan mayor protección para los derechos de los trabajadores, cuando tenemos un sistema de relaciones laborales de sabor mussoliniano, que convierte un contrato de trabajo en un alcázar inexpugnable, o que atribuye a unos sindicatos, que carecen de militantes y que viven pastando en el presupuesto público, el poder de forzar convenios colectivos que imponen criterios salariales que conducen a la ruina a cientos de empresas. 

Ya sé que quienes no han tenido reparo moral alguno en defender o justificar regímenes tan criminales como el soviético, el chino o el cubano, y no han querido ver los millones de cadáveres que se amontonaban bajo la hoz y el martillo, difícilmente van ahora a examinar con objetividad la realidad económica e institucional de nuestra esclerotizada España. Pero sí que es necesario que el resto de los ciudadanos que no forman parte de esta secta, no se dejen engañar por la imagen beatífica que de este movimiento ofrecen la mayoría de los medios de comunicación. Detrás de los indignados está la izquierda de siempre, que ha guardado un silencio cómplice durante los ignominiosos años del zapaterismo, y que ahora atisba un cambio político y el regreso de la derecha a la que ya acosó en 2003 y 2004 con excusas tan diversas como el Prestige o la guerra de Irak. Son los mismos totalitarios con diferente nombre. 

España necesita más libertad y menos regulaciones asfixiantes. Debemos reducir drásticamente las estructuras administrativas, dejar que cada persona desarrolle su vida según sus propias criterios, y garantizar, con una justicia independiente, que el poder público respete esa capacidad de libre decisión. Lo que de verdad nos debería indignar es, en palabras de Revel, que vivamos en una sociedad en la que las desigualdades no son el resultado de la competitividad o del mercado, sino de decisiones del Estado o de agresiones corporativistas ratificadas por el Estado.


Junio de 2011.

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