Las trampas de la izquierda

Las trampas de la izquierda

por C.S. Fitzbottom

De las características más originales del pensamiento de la izquierda y de su manifestación en público es la costumbre pertinaz de abrogarse una clara superioridad moral sobre las restantes opiniones políticas, especialmente las de la derecha. O por expresarlo aún más claramente, considerar que las opiniones “no de izquierda” no es que sean diferentes, sino erróneas, y lo que es peor aún, malvadas.

Sin embargo bastan unas pocas horas de ilustración elemental en economía para entender que esto no sólo no es así, sino más bien lo contrario. O por resumirlo aún más: que la política económica que la izquierda propone como moralmente superior –como todo lo suyo- se resume a varias trampas y algunos robos.

Nadie se ofenda. Trataremos de explicarlo.

La economía de un territorio se suele medir por lo que produce cada año. Y esto es el resultado de sumar lo que consumen sus familias y empresas, lo que gasta el Estado, lo que se invierte y ahorra y lo que entra y sale del exterior. Cuando la economía decrece se vive peor –hay menos productos y servicios que comprar- y, lo más terrible, se destruyen puestos de trabajo.

La única forma de que la economía crezca es que las familias y empresas tengas más dinero, puesto que el gasto del Estado y la inversión u ahorro saldrán siempre de lo que ellos producen. Pero existen otras opciones, a corto plazo. Y partidos de izquierda y sindicatos las continúan defendiendo vehementemente. El problema es que no son soluciones, sino trampas que sólo funcionan en el momento en que se aplican. Y todas pasan porque el Estado, lo “público”, gaste más.

La primera trampa es imprimir dinero sin respaldo. Eso lo han intentado muchos revolucionarios ignorantes y, actualmente, muchos bancos centrales. Ese dinero es simplemente ficticio, con independencia de los títulos y esplendores de quien lo emita. Y dar dinero falso es sencillamente el engaño que todo el mundo entiende. Más pronto que tarde termina por producir inflación, que es el mayor robo a los trabajadores: que su dinero cada vez valga menos.

La segunda trampa, muy extendida entre las administraciones públicas españolas, en virtud de su anacrónico, ineficiente y falsificador sistema presupuestario, es gastar y gastar, para luego no pagar a los proveedores. Así se ha conseguido, por ejemplo, arruinar a la antaño próspera industria farmacéutica de Andalucía o a la de Castilla-León. No hay empresa que pueda vender para cobrar en dos años…o nunca.

La tercera trampa, relativa al gastar más de lo que se ingresa, consiste en emitir deuda, o sea, pedir dinero prestado. ¿Qué pretende la izquierda cuando lo propone? ¿Pagarlo en el futuro? No nos lo creemos. ¿Acaso alguna vez van a admitir gastar menos de lo que ingresan y repagar? Jamás se ha visto en la historia a ningún gobierno de izquierda haciéndolo. ¿Qué pretenden pues? ¿No pagarlo? Eso se temen muchos prestamistas. Por eso piden cada vez más intereses por él. Por eso el Estado en España se gasta más en intereses que en los subsidios a los desempleados. O ¿qué pretenden? ¿Qué lo paguen las generaciones siguientes? Parece que sí. Hasta han inventado un eufemismo de los que les gustan. Le llaman “solidaridad intergeneracional”. Pero no nos engañemos. No es dinero para construir un puente que disfrutarán nuestros nietos. Es dinero para consumir en gasto ordinario hoy, en derroches innecesarios, que tendrán que pagar nuestros descendientes, que heredarán un país empobrecido. Una trampa realmente superlativa en cuanto a su inmoralidad.

La alternativa a la trampa más o menos evidente que la izquierda propone es subir los impuestos. Y aquí las inmoralidades e incoherencias no son tan groseras, pero también son fácilmente desveladas.

La progresividad fiscal, por muchos partidarios que tenga, es y será un abuso de los más sobre los menos. Y en este caso, sobre los más productivos además. Que una mayoría, o una minoría mayoritaria, pueda imponer cargas sobre otros ciudadanos que ellos mismos no soportan es un abuso tiránico. Uno se puede acostumbrar a la esclavitud, y tratar de hacerla llevadera, pero no por eso dejará de ser esclavitud.

Pero hay una cuestión de fondo en el uso de los impuestos. ¿Cuál sería más aplaudido universalmente que evitar que los que sufren el desempleo pasen hambre? Pues bien, a los hambrientos en España –que ya son millones- no los alimenta el Estado, sino una entidad privada, Caritas. Y si en nuestro país no hay una explosión social es por el apoyo que las familias brindan a los más desfavorecidos de los suyos. Esas familias, sin embargo, tienen menos ingresos que destinar a la solidaridad porque se los han entregado al Estado a través de los impuestos.

La política económica de la izquierda pretende, a partir de la emoción que producen los que sufren, legitimar trampas a las leyes de la economía, que terminan por pagar débiles e inocentes. Y el fundamento anterior de dicha idea es que las personas individuales son egoístas y no se puede confiar en ellas, y sí en el Estado, cuando sus dirigentes han salido de las urnas. Otro hecho desmentido por la realidad.

Lamentablemente, las opiniones políticas no acostumbran a basarse en hechos, sino en prejuicios, casi siempre, interesados.


Mayo de 2013.

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